Omraam Mikhaël Aïvanhov
«Al cantar cantos místicos, espirituales, creamos alrededor nuestro todo un mundo de formas y de colores. Y puesto que somos nosotros mismos nuestro propio instrumento, estas formas, estos colores que creamos en el exterior de nosotros, también las creamos en nosotros, y atraen entidades luminosas, atraen ángeles, son un alimento para ellos. Los ángeles sólo vienen si sabemos atraerlos con este tipo de regalos. Al cantar, abrimos una puerta en el Cielo a través de la cual pasarán las entidades celestiales. Y la venida de estas entidades aporta también cambios benéficos en el mundo».
“Los ríos que fluyen, las fuentes que manan, la lluvia que cae, el fragor de los torrentes, el movimiento ininterrumpido de los océanos y de los mares, el soplo del viento, el murmullo de las hojas, el zumbido de los insectos, el canto de los pájaros… todo es música en la naturaleza. Y es esta música la que, desde su origen, ha despertado y mantenido el sentimiento musical en el hombre, la que le ha incitado a expresarse, él mismo, a través de un instrumento o del canto, a evocar los momentos importantes de su vida, a manifestar su amor, sus alegrías, sus penas.
Mediante la música traduce también sus aspiraciones místicas, canta alabanzas al Creador y, cuando escuchamos esta música, sentimos que despierta en nuestra alma el recuerdo de una patria celestial, la nostalgia de un paraíso perdido. El efecto es inmediato. Instantáneamente nos acordamos de que venimos del Cielo y que volveremos al Cielo. Y un día, cuando la conciencia superior se despierte en el hombre, cuando desarrolle posibilidades de percepciones más sutiles, empezará a oír la sinfonía grandiosa que retumba a través de los espacios, porque cada ser creado, desde las piedras hasta las estrellas, emite vibraciones que se propagan como ondas sonoras. Y entonces comprenderá el sentido de la vida”.
Omraam Mikhaël Aïvanhov